Ladera

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deus sol invictus

Hace ya unos días lo leí en El Sindicato, rebotado a su vez de Milanesa con papas. No sé muy bien por qué, pero no consigo quitármelo de encima:

Antes de entrar en el desierto
los soldados bebieron largamente el agua de la cisterna.
Hierocles derramó en la tierra
el agua de su cántaro y dijo:
Si hemos de entrar en el desierto,
ya estoy en el desierto.
Si la sed va a abrasarme,
que ya me abrase
.
Ésta es una parábola.
Antes de hundirme en el infierno
los lictores del dios me permitieron que mirara una rosa.
Esa rosa es ahora mi tormento
en el oscuro reino.
A un hombre lo dejó una mujer.
Resolvieron mentir un último encuentro.
El hombre dijo:
Si debo entrar en la soledad
ya estoy solo.
Si la sed va a abrasarme,
que ya me abrase
.
Ésta es otra parábola.
Nadie en la tierra
tiene el valor de ser aquel hombre.


El Desierto, de Borges.

Carta sin despedida


El nombre no se ha borrado

tu cara sí

Se mezcla con otras caras,
deformándose.

No sé si todo es parte de la tortura
ya no distingo.

No sé si él te dará esta carta.
No sé si es amigo o miente
hubiera querido abrazarte
pero me muero;
queda poco tiempo.

He visto el tren.
Los he visto dentro,
muchas veces,
esperándote
y tú sin saberlo.

Otras veces lo sabías
y huías a tiempo
o lo han inventado para que les diga dónde estás
tengo que evitar que te subas a ese tren
porque te va a llevar a la muerte.

Otras veces, estás ya muerto
como yo.

Otras me hablas, y sonries
y me dices cosas que nunca habías dicho
y que me quieres
yo hubiera querido quererte
pero no pude.

A veces sueño que seguimos allí
y que el tiempo es nuestro
y que tu boca recorre mi cuerpo desnudo
y entonces, mis hijos nos ven abrazados
desnudos, pero ya no son mis hijos
son los hijos de ella
no los conozco
no conozco a nadie.

¿Recuerdas? la libertad viaja contigo en ese tren.
Si te encuentran, te matarán
y la ciudad seguirá creciendo sin salidas para nadie
sólo tú puedes enseñarles a mis hijos
a andar ese camino.

Házlo
y así sabré que me has perdonado


Max, «En la ciudad sin límites«, de Antonio Hernández, 2002.